miércoles, 15 de febrero de 2012

El exilio de Eros

Los días corrían serenos. No había por qué quejarse. Problemas comunes que se dan entre habitantes sencillos de una aldea, sólo eso. Desde que Eros había llenado su bolso de viaje para emprender el camino incierto, las cosas serenas inundaban el sereno lugar. Pero tal vez era muy sereno. Demasiado sereno. Psique reconoció que a ratos miraba el horizonte, pensando en que le vería aparecer alguna vez, y se imaginaba poniendo una cara de reprobación (por no romper la costumbre) aunque en su interior, se alegraría de verle otra vez, por más sorpresas o dolores le trajera. Pero no volvía. El anhelo por verle llegar comenzó a correr por el lugar, manifestándose en el rostro de los residentes, hasta que en sus dichos se dejó claro que lo querían de vuelta. El problemático pero querido personaje se necesitaba en el pueblo, para que los embargara un poco las emociones. En aquel punto, Psique, sentada en su escritorio, tomó un papel, mojó la punta de la pluma, acomodó su largo cabello tras su oreja y redactó una carta sincera, con Eros de remitente, diciendo cuanto lo extrañaba y deseaba volver a ver. Colocó la carta sobre una roca, pues desconocía el paradero del joven, y dejó que sucediera cualquier cosa. Eso si, en la carta le pedía que si volvía, trajera consigo algo verdadero esta vez, que no fuera una flor efímera sin destinatario, sino que al crecer la semilla, alguien quisiese venir a buscarle. Y esperó. Esperó. Pensó que no volvería, y redactó otra, donde le pedía (con ciertos temores si) que volviese antes de que finalizara el verano. La dejó sobre la misma roca, junto a la carta anterior, y esperó un poco más, mientras el sol le quemaba las mejillas. Hasta que un buen día de esos, unas zapatillas marcaron la arena, atravesaron el campo de trigo, el campo de frutillas quemado y llegaron hasta la aldea, con el dueño de las zapatillas sonriendo. Eros entró al edificio principal y dejó su mochila en el suelo. Psique giró la cabeza al oirlo.
-Hola- dijo, sonriendo.
-Hola- respondió ella, observándolo sin demostrar expresión alguna.
-¿Me extrañaste?
Psique no contestó.
-Tranquila Psique, ya todo está bien. En mi viaje, fui sanándome de todo lo que había pasado. Todo está bien. Puedes sonreirme.
Psique fue hacia él y le dedicó una débil sonrisa. Ahora que lo tenía en frente estaba un poco asustada, pero, pensándolo bien, feliz. Lo abrazó.
*  *  *
Una pequeña semilla había caido en la mochila de Eros, sin que este lo notara con claridad. Creyó sentir un peso por un momento, pero luego se acostumbró y llegó a pensar que ya no existía. Al retornar a la aldea, esta se deslizó por uno de los bordes y cayó en un bosque, quebrándose al momento. Fue un proceso rápido.
*  *  *
Paz observó por la ventana y vio unos nubarrones acercándose. El estómago le dolía. Fue a conversar con Psique y contarle lo que sucedía. Esta buscó a Eros y los tres juntos caminaron para encontrar el motivo de la alteración de Paz, hasta que lo hallaron: una flor pequeña se encontraba en el bosque. Ya había asomado, por lo que sus raices se encontraban afirmadas bajo el suelo. Psique miró asustada a Eros, pero este trató de tranquilizarla, asegurándole nuevamente de que las cosas estaban bien y debía estar tranquila. Imaginó que tamaño tenía la raíz, pero trató de restarle centímetros, aunque estos aún seguían crecíendo un poco más. Se encaminó a las ventanas del lugar donde vivían, y miró al mundo fuera de la aldea, donde se encontraba el origen de la semilla. Él le pareció agradable al fin y al cabo, si bien no era como las películas, tal vez no tenía por qué temer. Regresó. A los días miró nuevamente la ventana, y lo observó. Entonces supo que la semilla carecía de dueño, que no llegaría por la flor, que otra vez se habían equivocado. Corrió a la aldea en intentó arrancarla. Eros la detuvo y le dijo que esperara un día más. Esperaron dos. Ese día una de las casas más amadas por todos los habitantes fue destruida, y la tristeza los tenía atontados. Caminaron a las ventanas y lo vieron de manera definitiva: no tenía caso, nuevamente se habían engañado. La semilla no tenía dueño. Por tercera vez pasaban el mismo problema. Psique se enfureció con Eros, y comenzó a llorar. Estaba cansada. Lo tomó de los hombros, y tiró de él hacia el suelo. Lo golpeó en el rostro, mientras llovía fuertemente. Los aldeanos se enfurecieron y juntos lo alzaron y lo enviaron al exilio, mientras el temporal comenzaba a hacer estragos en la cosecha.

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Ya me harté. Por tercera vez. Joder, yo se perder 












PD: en Chile, país donde vivo, joder no es considerado grosería, por si acaso (Y)