-Y ... hoy es mi cumpleaños... –le dijo Susi, desilusionada porque su amigo no lo
había recordado.
El torno enmudeció justo en ese momento. De pronto, Gabriel se restregó las
manos en un trapo y se acercó a Don Ramón: -¿Me da permiso para salir un ratito? –le
pidió. El viejo lo miró por arriba de los anteojos. De inmediato su mirada se posó en la
cara de “no entiendo nada” de Susi. Enseguida, dijo: -Diez minutos –y volvió a poner en
marcha el torno.
Gabriel sonrió, contento. Le guiñó un ojo a Susi y le anunció: -Tengo un regalo
para darte. Pero es un regalo muy especial: solamente se puede mirar... Vamos. Salieron
a la calle. Doblaron la esquina.
Caminaban en silencio: Susi, porque no sabía qué pensar, tanta era su sorpresa y
su curiosidad. Gabriel, porque no sabía cómo iba a recibir la chica ese regalo que a él se
le acababa de ocurrir, de repente, al recordar la alegría que había sentido ese amanecer,
al oírlo y verlo después, trepando a la medianera de su casa. Llegaron a la mitad de la
cuadra. El muchacho se detuvo junto a la tapia que separaba de la vereda el gallinero de
doña Dominga.
-Es aquí.
Susi vio las últimas ramas de la higuera. Gabriel le señaló: -Ahí está tu regalo...
-Pero... ¿la higuera de doña Dominga?
-¡Es que esta higuera hoy ha dado gallos en vez de higos! ¡Y sólo para Susana!
Gabriel se aproximó a la tapia y entrelazó las manos para formar un estribo.
-Suba, princesa –le dijo entonces.
Ella le obedeció.
Repentinamente, se encontró alzada. Se aferró a la tapia.
Entonces lo vio. Era verdad. Gabo no mentía. En cada rama de la higuera, un
hermoso gallo retozaba al sol. Uno, dos, tres, cinco alados equilibristas comprados el
día anterior por la vecina, sin saber que con esa compra iba a abrir para los ojos de Susi
la más bella ilustración de un cuento mágico.
Han pasado muchos años desde que Susi cumplió los diez.
¿Hará falta decirlo? Por las dudas, lo confirmo; sí, se casó con Gabo. A la noche
de bodas los llevaron los pasos que ambos habían empezado a dar desde aquel domingo
de su infancia.
Sin embargo, a partir de entonces y cada vez que llega la fecha del cumpleaños
de Susi (ahora, por suerte, muy festejada y repleta de obsequios) cinco gallos
desenrollan en su pecho sus kikirikís, trayéndole nuevamente ese regalo que solamente
se mira...
Se mira...
se mira...
se mira...
con los ojos y con el alma al mismo tiempo.
Elsa Bonerman, "No somos irrompibles".

¿Lo entiendes?
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