Estoy picada. Ya no me gusta Chiguayante, me quiero ir. Me encantaba su mezcla rural-ciudad, caminar y ver los cerros por un lado, saber que está el río del otro. Y sobre todo, amaba llegar a mi calle y caminar hasta la casa naranja... ¡todo era tan tranquilo! caminaba lentamente, disfrutando del sol que se filtraba entre el cerco de madera. Nunca había gente, así que podía ir muy tranquila, cantando en voz baja mis canciones favoritas, incluso danzando un poquito al compás, sonriendo ante la idea imaginaria de poder pisar el terreno de mi casona. Desde que llegué un día de Curicó y vi como desarmaban mi casita, todo cambió... ¡No! fue antes, cuando llegó el Santa Isabel a la esquina... ¡No! incluso antes, cuando apareció el letrero gigante del "A cuenta" (esta bien, tengan el supermercado... pero para qué el letrero que se ve desde calles más abajo!). En fin, todo eso lo fue transformando en mini ciudad... lo seguía queriendo, pero lo de los departamentos en mi calle, en el sitio donde estaba mi casita, ya es el colmo. Hoy casi me atropellan en bici porque hay un mínimo espacio de calle, porque la hermosa constructora está haciéndole una hermosa callecita a sus hermosos departamentos. Váyanse de aquí, todos ustedes. ¿No? no pueden irse. Está bien, me tendré que ir yo.
Si, sé que no me iré, me queda cerca de mi iglesia y de la universidad, pero... no sé, ya no me gusta como antes. No me molesta conce, ese para mi siempre fue la ciudad, pero Chiguayante... no sé, me pone triste. Mucho.
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